
El fenómeno UAP (Unidentified Anomalous Phenomena) o FANI (Fenómenos Anómalos No Identificados) ha dejado de ser material exclusivo para teorías conspirativas y aficionados del misterio. Desde hace años está firmemente asentado en el debate político, científico y militar de los Estados Unidos acaparando el interés de los medios.
Pero lo que debería ser una investigación clara, orientada al descubrimiento y la transparencia, se ha convertido en una paradoja institucional de grandes proporciones, una especie de laberinto disociativo al mejor estilo del “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Por un lado, se actúa públicamente como si el fenómeno fuera una curiosidad menor, una molestia burocrática sin mayor importancia y por otro lado, abundan testimonios que apuntan a una red secreta de programas de recuperación de tecnología no humana, ingeniería inversa y hasta almacenamiento de cuerpos biológicos de origen desconocido. Una autentica locura de cruce de datos...
Desde organismos como el Pentágono y la NASA se ha adoptado una postura ambigua. Aunque han admitido que los UAP existen y merecen investigación e incluso que pueden representar una amenaza para la seguridad nacional, la narrativa oficial sigue anclada en una cautela excesiva a la hora de avanzar. No hay evidencias concluyentes, dicen. No hay pruebas de que estos fenómenos representen tecnología de origen no humano. No hay cuerpos, ni naves, ni fotos claras… solo reportes, malinterpretaciones y drones mal identificados. E incluso los videos más curiosos no dejan de ser una fuente inagotable de debate que no aportan nada a las conclusiones.
Esa negación implícita —un "sí, pero no" constante— se ha vuelto cada vez más difícil de sostener frente a declaraciones como las del ex oficial de inteligencia David Grusch, quien aseguró bajo juramento ante el Congreso que el gobierno estadounidense posee restos de naves “no humanas” y material biológico asociado. Entonces, ¿no existe manera legal de responder o zanjar estas cuestiones de una forma más rotunda? ¿Por que este juego interminable de sombras chinescas?
Detrás de esa fachada de escepticismo y cierto sarcasmo que presentan las autoridades ante los requerimientos de los politicos, numerosos informantes con credenciales verificables aseguran todo lo contrario, que existen programas ultrasecretos con décadas de antigüedad, dedicados a la recuperación de objetos voladores no identificados, algunos estrellados o derribados. Estos programas operarían bajo una compartimentación tan extrema dentro del aparato de inteligencia, defensa y contratistas privados, que muchos congresistas, altos funcionarios e incluso directores de agencias no tendrían acceso ni conocimiento de su existencia. Y lo más importante son irrastreables para cualquier petición de libre información o consulta.
Algunos de estos denunciantes describen laboratorios ocultos donde se realizaría ingeniería inversa para intentar comprender estas tecnologías. Se habla de hangares vigilados, registros clasificados y documentos que han sido ocultados incluso a supervisores con autorización de seguridad máxima. Están al margen de cualquier control.
Lo más perturbador no es solo lo que se dice estar oculto, sino el diseño mismo del sistema. El nivel de compartimentación en el entramado de inteligencia estadounidense es tal, que es posible —e incluso probable— que no haya una sola persona viva que conozca toda la verdad. Hay puertas que nadie sabe que existen, y si se supiera, no se sabría a quién llamar para abrirlas. Miembros del Congreso, como Tim Burchett, Anna Paulina Luna y Kirsten Gillibrand, han denunciado públicamente que se les niega el acceso a documentación clave. Algunos se quejan de no saber siquiera qué departamentos podrían tener esa información. Es como buscar un libro en una inmensa biblioteca si ningún dato de localización. Un “Ministerio del Silencio” sin rotulo en la puerta. Este escenario lleva a una conclusión inquietante: es posible que los máximos responsables políticos del país nunca sepan realmente la verdad. No porque no quieran saberla, sino porque el sistema ha sido diseñado para proteger secretos incluso de quienes están llamados a velar por el interés público.
Las recientes iniciativas del Pentágono, como la Oficina de Resolución de Anomalías en Todos los Dominios (AARO), parecen un paso en la dirección correcta. Pero incluso ahí se han levantado voces críticas que afirman que la oficina no tiene el alcance, los recursos ni la autoridad para acceder a la información más sensible.
Estados Unidos enfrenta una contradicción mayúscula: mientras una parte del gobierno actúa como si los UAP fueran poco más que luces en el cielo mal interpretadas, otra parte —opaca, invisible y hermética— podría estar lidiando con una realidad que transformaría para siempre nuestra comprensión del universo.
Este juego de máscaras, esta disociación institucional, podría estar ocultando no solo tecnologías avanzadas, sino también una verdad fundamental: no estamos solos. El problema no es solo la verdad… es que nadie sabe si alguien realmente la conoce.
Pero si estamos ante una teatralización. Podemos hacer una última lectura. Mas inquietante.
En este intrincado tablero geopolítico y de inteligencia, hay quienes advierten que parte del misterio en torno a los UAP podría no ser solo un velo de ocultamiento de esa verdad No-Humana, sino también una construcción deliberada con otros propósitos más siniestros si cabe. Diversos analistas e investigadores sostienen que el mito de las naves estrelladas y la ingeniería inversa no humana ha sido cultivado —o al menos tolerado— desde ciertos sectores del aparato de defensa con un propósito estratégico: hacer creer a adversarios extranjeros que Estados Unidos posee tecnología secreta de origen extraterrestre, y con ello, una ventaja imposible de superar. Esta estrategia de “engañar por exceso”, en la que se permite que florezcan rumores de programas de recuperación y contacto con inteligencias no humanas, podría estar diseñada para ocultar proyectos más terrestres… pero igual de inconfesables. Operaciones de vigilancia encubierta, pruebas de prototipos hipersónicos o sistemas de guerra electromagnética podrían estar siendo protegidos bajo la sombra del fenómeno OVNI, que actúa como una perfecta cortina de humo: lo suficientemente absurda para desacreditar a quien la mencione, pero lo bastante fascinante para capturar la atención del público, los medios de comunicación y desviar la mirada.
Investigadores como Jacques Vallée sostienen que, si bien hay reportes legítimos de fenómenos inexplicables, gran parte del mito moderno de los “platillos estrellados” ha sido alimentado por campañas de desinformación diseñadas desde los años de la Guerra Fría. En este marco, no se descarta que los propios gobiernos hayan sembrado documentos, filtrado testimonios o incluso montado escenarios para sostener una narrativa falsa que en realidad protege secretos muy humanos… pero potencialmente ilegales o inconstitucionales.
Así, la pregunta deja de ser simplemente si estamos solos en el universo, para transformarse en algo más perturbador: ¿Cuánto de lo que creemos saber sobre los UAP es una puesta en escena cuidadosamente orquestada? ¿Y qué es lo que realmente se esconde detrás de esa distracción?
JOSE ANTONIO CARAV@CA
Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.