Una
intervención en el programa de radio Nosotros el pueblo mantuvo en vilo a miles
de oyentes en los Estados Unidos que, estupefactos, escucharon el sincero
testimonio de una mujer que aseguraba haberse tropezado, cara a cara, con un
monstruo venido del espacio exterior…
Fueron casos
tan divulgados y conocidos como éste los que favorecieron que se afianzara en
la creencia popular en que los OVNIs eran de procedencia extraterrestre. La
noche del 12 de septiembre de 1952, miles de personas presenciaron el paso de
un extraño objeto volador sobre los cielos de Virginia Occidental. En Sutton
–condado de Braxton– varios adolescentes que jugaban al fútbol observaron un
“platillo volante” de fuerte luminosidad rojiza que, tras detenerse en el aire,
pareció descender tras una colina cercana, concretamente en Flatwoods. A la
carrera, algunos chicos se dirigieron hacia el lugar donde creían que estaba
posado el misterioso artefacto. Neal Nunley, de 14 años, Ronald Shaver, Teddie
Neal, y Tommy Hyer, los tres de 10 años de edad, conformaban el grupo de
intrépidos exploradores. Por el camino, se les unió la señora Kathleen May, sus
dos hijos Eddie y Teddie –de 13 y 14 años respectivamente– y Gene Lemon, de 17
años y guardia nacional que, junto a su
perro fiel, decidieron investigar en compañía de los jóvenes. Detrás de la
colina se adivinaba la presencia de una luminosidad. Con el corazón en un puño,
el grupo de exploradores enfiló hacia el montículo. El perro de Lemon pareció
“presagiar” lo que iba a ocurrir, y salió despavorido del lugar. Por si este
repentino abandono fuera poco para amedrentar la moral del grupo, una
misteriosa niebla, salida de la nada, les envolvió rápidamente. Un olor
nauseabundo y una repentina sensación de calor precedió al avistamiento de un enorme
objeto discoidal, de color rojizo, que resplandecía en pulsaciones.
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En la
oscuridad de la noche aquel artefacto irradiaba fantasmagóricamente entre la
bruma. De pronto, Lemon creyó ver algo junto a unos árboles. Tras alumbrar con
su linterna, el horror se apoderó de todos. La débil luz de la linterna
descubrió, agazapada en la oscuridad, una silueta que les observaba con unos
enormes e hipnóticos ojos rojos. Frente a los testigos había un ser de más de
tres metros de altura, con el rostro rojo y sudoroso, enfundado en una especie
de manto de color verde oscuro con capucha y falda. El “monstruo” se movía con
pasmosa agilidad y parecía flotar sobre la hierba. De sus penetrantes ojos
rojos surgían rayos de luz azulada. Tras describir un movimiento circular se
dirigió hacia el OVNI. Aquello fue demasiado. El terror se apoderó del grupo y,
en desbandada, dieron por concluida su exploración. Esa misma noche la policía
intentó rastrear la zona en busca de pruebas, pero ante la nula cooperación de
los perros, que se negaban a avanzar en dirección al supuesto lugar del
aterrizaje, decidieron postergar sus indagaciones hasta el día siguiente. Con
la luz del alba, las autoridades locales hallaron una zona de pasto
inexplicablemente aplastada y varios fragmentos de un material parecido al
plástico. Por su parte, algunos de los testigos sufrieron diversos malestares
físicos, típicos, según los facultativos, de la exposición prolongada a gases
lacrimógenos, como hinchazón de garganta y convulsiones. Algunos investigadores
indican que el humanoide, al ser descubierto, vertió sobre los testigos una
sustancia oleaginosa que causó sus daños físicos. Finalmente, una afligida
Kathleen May dijo a la prensa que el monstruo “tenía un aspecto peor que
Frankenstein. No podía ser humano”.
Este
extracto pertenece al artículo "OVNIS: casos que hicieron historia"
de José Antonia Caravaca para la revista ENIGMAS nº 261 de agosto de 2017.
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