A lo largo de los años he anotado, entre diversos aficionados e investigadores, que existen dos formas erróneas de entender lo que intenta proponer la teoría de la Distorsión (TD). La primera de estas interpretaciones ha llevado a muchos entusiastas a creer que se trata de una idea que plantea un origen meramente psicológico para explicar el fenómeno OVNI. Lo que equivaldría a decir que los episodios ufológicos serían algo así como una alucinación o trastorno mental que lleva a los testigos a imaginar o proyectar un ficticio encuentro ovni ante sus narices. Resumiendo, que los OVNIs no existen. Y es por eso, que muchos detractores de la TD, continuamente, recurran a las preguntas sobre la materialidad del fenómeno OVNI para demoler mis argumentos. Obviamente esta suposición solo puede surgir de una lectura apresurada y poco mesurada de mis estudios. Pero la cosa no queda ahí.
Existe otra malinterpretación de la TD que es, incluso, más imprudente que la anterior. Algunos ufólogos han manifestado que lo que esboza la TD es idéntico a lo ofrecido en los trabajos de Vallée, Keel, Grosso, Clark, Evans, Jung, Casas-Huguet o Freixedo, y que, por tanto, no hay sustanciales diferencias o novedades con lo expuesto anteriormente. Sin embargo, al igual que sus predecesores que contemplan la TD como una propuesta escéptica, estos investigadores ni siquiera se han molestado en leer con calma mis escritos, y algún que otro iletrado se ha dejado arrastrar por sus más bajas pasiones para criticar mis aportes.
Vayamos por el principio para aclarar lo que podemos o no encontrar en la teoría de la Distorsión. Lo primero, es que la TD no surge para proponer un origen del fenómeno OVNI, sino que su propósito era estudiar a fondo los encuentros cercanos con platillos volantes y sus ocupantes para intentar comprender su funcionamiento con la esperanza de hallar claves ocultas. Por lo que el principal objetivo y esfuerzo de mis investigaciones se han centrado en la disección de los episodios de mayor proximidad con los OVNIS, e intentar localizar patrones comunes. Este es, a grosso modo, el campo de acción de la TD. Y todo, partiendo de la base de ese axioma que aseguraba, desde hacía varias décadas, que el contenido de las experiencias ufológicas poseían un alto componente de factores socioculturales humanos que apuntaría a la participación, de alguna manera, de los testigos en la fabricación de los encuentros cercanos. Que las narraciones de los testigos OVNIS tenía una pátina demasiada cercana a nuestra civilización cómo para pasarla por alto. Que la similitud de los extraterrestres con nuestra ciencia y costumbres era impostada, incluso un teatrillo desplegado por los ufonautas con fines superlativos o siniestros. Un escenografía de cartón piedra.
Pero esta idea, siendo esencialmente cierta, había originado muchos
y variados razonamientos que no terminaban de concretarse. Al menos en algo que
se pudiera respaldar en algún estudio. Y no era una cuestión menor. Ya que este
aspecto tenía según cada estudioso una probable interpretación. Lo mismo se aseguraba que este
inviable reflejo cultural en una hipotética
civilización alienígena era fruto de la manifestación del inconsciente
colectivo (Jung), como se adjudicaba a un todopoderoso sistema de control
(Vallée) que nos enredaba en un juego de espejos. Tampoco faltaban los que
argüían que se trataba de un fenómeno parapsicológico (Clark/Viéroudy) una proyección
mental que solidifica pensamientos y creencias en el cielo. También se abría el
abanico de posibilidades a la existencia de un sofisticado sistema de camuflaje,
que lo mismo era de raíz extraterrestre como demoniaco o dimensional (Freixedo/Guérin)
o, incluso otros investigadores aseguraban que los encuentros con OVNIS eran el
resultado de un burlesco teatro cósmico (Keel/Darnaude), que como sombras
chinescas interpretaba unos roles artificiosos y falaces que no podíamos desentrañar.
Pero todas estas cábalas no estaban perfectamente alineadas con la casuística. Tan
solo se iba al bulto del problema. Todos admitían que el fenómeno OVNI tenía
algo de humano y se abría la veda a una tormenta de ideas. No se analizaba en
profundidad este hecho para poder
extraer conclusiones más certeras o al menos, más precisas.
Desde hacía varias décadas estaba claro que el fenómeno OVNI utilizaba de algún modo la psique humana para adecuar su aspecto externo. |
Por eso me embarque durante varias décadas en la elaboración
de la TD. Quería ver a donde nos llevaba
el análisis del factor sociocultural. Un detalle que no discutía ningún
estudioso. Desde el más ortodoxo al más disconforme con la hipótesis
extraterrestre, todos eran conscientes que nuestros platillos volantes y sus
locos ocupantes tenían un tufillo demasiado humano. No era posible, ni sensato,
que unos alienígenas venidos de algún recóndito lugar de la galaxia tuvieran
pistolas de rayos, escafandras, antenas y escalerillas de aluminio. O que en
sus conversaciones incorporan gestualidad humana o chascarrillos de barras de
bar. Y muchos menos que actualmente nuestra tecnología de 2023, casi haya superado
muchas de las características anotadas en los casos de décadas pasadas. Pero no
existía una unificación de criterios para valorar este efecto demoledor. Ni
siquiera se tenía claro el concepto en sí. Ya que también se decía que podía
ser un error de percepción, un fallo cognitivo frente al fenómeno o quizás
algún problema con nuestra memoria al revivir una experiencia totalmente fuera
del rango de lo conocido. Y por supuesto los escépticos (Monnerie) replicaban
que este efecto «humanizador» era una prueba de que todo el tema de los OVNIs
era una completa falacia, mezcla de engaños, sensacionalismo, mala praxis de
los ufólogos y hasta de un contagio cultural que hacía que la gente imaginara despierta
sus encuentros.
Pero la TD aspiraba ir más allá de las primeras capas e
intentar localizar la fuente y propósito de este denominado «contagio cultural».
Porque de algún lugar tenía que partir. Si daba este paso, podría descifrar el
verdadero «motor» que genera este tipo de eventos altamente anómalos. Y solo
teniendo claro este primer y decisivo paso, podríamos descartar o elegir, con
ciertas garantías, supuestos orígenes para el fenómeno OVNI.
Porque con la simple admisión de ese factor cultural no vamos
a ninguna parte. Repito. Solo su correcta interpretación podrá arrojar
resultados efectivos. Y es por ello que la TD no puede ser igual a lo defendido
por algunos de los notables investigadores citados anteriormente, ya que ninguno
abordó un estudio en amplitud de esta cuestión. Mi punto de partida estaba otro
terreno distinto, quizás más cercano a lo enunciado por Monnerie en su
hipótesis psicosocial que a cualquier otra conjetura. Pero aun así tiene sus
diferencias, ya que las ideas de francés eliminaban por completo el facto
exógeno de la ecuación.
Y aunque la argumentación para vertebrar la TD está en
consonancia con algunos de los trabajos teóricos expuestos a lo largo de los
años, su ordenación e interpretación es sustancialmente diferente. Y lo podemos
comprobar en los puntos defendidos por la TD que han sido establecidos en
función del escrutinio de la casuística ufológica:
1.- Los encuentros cercanos con OVNIs no tienen nada que ver
con visitantes extraterrestres que han llegado a nuestro planeta a bordo de
naves espaciales utilizando una excelsa tecnología. Pero tampoco es el
resultado de un Sistema de Control que, a través de diferentes manifestaciones
anómalas pretende controlar, encauzar, manipular o interferir en la humanidad.
También habría que descartar toda posibilidad que incluya la participación de
algún tipo de entidades espirituales o dimensionales, así como la que respalda
un proceso exclusivamente parapsicológico o la ayuda omniprotectora del
inconsciente colectivo de Carl Jung.
2.- Los encuentros cercanos con OVNIS son experiencias
altamente subjetivas y creativas que están relacionadas con otro tipo de
experiencias visionarias sobrenaturales ocurridas a lo largo de la historia, y
que han tenido como protagonistas a extrañas entidades, criaturas y seres.
Todos los sucesos son esporádicos, imprevisibles y aleatorios, sin que nada de
lo registrado en el transcurso de una experiencia tenga una consistencia real
en nuestro mundo (o en el suyo).
3.- Estamos ante un proceso parapsíquico desconocido cuyo
resultado son unas experiencias altamente moldeables, donde la psique humana,
interacciona de forma inconsciente con el fenómeno, otorgándole una determinada
estética en un intento de decodificar la fuente del mismo. Nuestros
estereotipos socioculturales, sobre todo del orden mitológico, folclórico,
religioso, filosófico y sobrenatural parecen ser los elementos utilizados por
nuestro inconsciente para recomponer una escena que intente ordenar el
contenido experiencial. ¿Y qué quiere decir esto? Muy simple y fácil de
entender. Que lo observado durante un encuentro OVNI, así como en otro clase de
incidentes forteanos, sería un simple vehículo de transmisión de una
información que puede llegar a perderse ante el ruido sensorial creado por
nuestra interferencia psíquica. Por lo que llegado a este extremo hay que aclarar
que el escenario expuesto en los encuentros cercanos no obedece a un brillante recurso
del fenómeno OVNI para camuflar su verdadera estética (esencia) ante los
observadores. Ni existe una intencionalidad en mostrar un determinado aspecto
para engañar a los testigos según la época de la manifestación.
4.- La componente paranormal es una deriva, quizás la más importante, provocada por la
implicación del psiquismo humano en la decodificación de esta realidad ampliada
a la que acceden los testigos durante el fugaz contacto con un agente externo
indeterminado, que puede ser en última instancia el instigador, detonador o
potenciador de estos episodios visionarios (que no, alucinatorios o
imaginarios).
5.- Si esta tesis es cierta, su principal conclusión nos aleja de la mayoría de los planteamientos establecidos hasta el momento, ya que la singularidad del fenómeno no radica en lo que vemos. Eso sería tan solo un reflejo. Un proceso. Un automatismo. La auténtica realidad de estas manifestaciones trasciendo por completo la apariencia externa que registramos entusiasmados por la espectacularidad de los «efectos especiales», ya sean naves extraterrestres o entidades espirituales. Nos creemos a pies juntillas la literalidad de la imagen, tanto en su significado más obvio como en las derivaciones que incita su proceder. Pero lo más factible es que lo verdaderamente cardinal de las experiencias sea lo que hemos rotulado como epifenómenos o efectos colaterales (desarrollo PSI, clarividencia, anomalías espacio temporales, etc.). Lo que hemos anotado en nuestros cuadernos de campo, por muy atractivo que sea, no deja de ser una potente decodificación sociocultural, donde el testigo aporta la mayoría del contenido expuesto ante sus ojos en una cocreación que da pie a una arquitectura psíquica.
Por tanto cualquier análisis o hipótesis, incluso las reinterpretaciones
de lo obtenido o desarrollado de estas capas superficiales de la manifestación,
son inconcluyentes, inexactos e ilusorios. Ni la imagen ni la mayoría del contenido informativo de estas apariciones son
provocadas por el fenómeno per se, por tanto construimos castillos en el aire
cuando intentamos crear tipologías o extraer pautas de las conductas de los
ufonautas. El proceso que tenemos entre manos no es el fenómeno en sí. Por
tanto la forma de los OVNIS, la vestimenta y comportamiento de los ufonautas,
los mensajes, símbolos y demás elementos narrativos y estéticos que encontramos
incrustados en un relato ufológico no son más que meras pantallas ideográficas
cuyo análisis solo nos pueden llevar a callejones sin salida. A una vía muerta. Los episodios ufológicos
son interacciones personalizadas con el fenómeno que no pueden integrarse en un
conjunto fenomenológico desde una óptica convencional. No podemos hallar ni
continuidad ni coherencia, ya que cada psique responderá, interpretará y desarrollará
la manifestación bajo parámetros individuales.
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Un ufonauta con aspecto de soldado romano fue visto "casualmente" en Roma (Caso Maltoni. 1976) |
La ciencia ficción como han señalado con numerosos ejemplos las investigaciones de Bertrand Méheust y Martin S. Kottmeyer, se anticipó de forma pasmosa a la narrativa de los encuentros con OVNIS. |
El 3 de diciembre de 1967, en Ashland, Nebraska (EE.UU.), el sargento de policía Herbert Schirmer fue protagonista de un increíble encuentro OVNI que hoy nos parecería un tanto «teatral» |
6.- La investigación de la casuística OVNI debe ser realizada
caso a caso, teniendo en cuenta que, la participación de que cada testigo,
obtendrá un resultado diferente en su intento personalísimo e intransferible de
decodificar esta realidad ampliada. Y aunque para realizar esta lectura un
grupo amplios de testigos se valgan de unos mismos
estereotipos los resultados
nunca serán los mismos. Los estereotipos solo funcionan a modo de filtro, no
son un esquema fijo e inamovible, por lo que aunque diferentes testigos
utilicen el mismo concepto, en nuestro caso la idea de la llegada de los
extraterrestres a la Tierra, nunca podrán obtener el mismo resultado, ni por
supuesto conseguir una perfecta continuación de un proceso ejecutado con
anterioridad. Lo que nos indica que el fenómeno es incapaz de trasladar los
mismos conceptos de un lugar a otro. La información no viaja de un lado a otro.
Para llegar a estas deducciones he tenido que diseccionar un
buen número de encuentros cercanos con OVNIS para entender cómo se puede
producir la transferencia de información entre el sujeto y el fenómeno. Y para ello he sintetizado el contenido visual y narrativo
de estas experiencias para efectuar comparaciones con el material que rodeaba a
los testigos. Con la intención de ver la dirección de la transmisión (testigo/fenómeno
o fenómeno/testigo). Este detalle es más sustancial de lo que parece. Había que
averiguar de donde brotaba exactamente la información que componía la
escenografía ufológica. Del inconsciente del testigo, del inconsciente
colectivo o si por el contrario había un fuente externa que utilizaba este
lenguaje a modo de mensaje cifrado. La paternidad de la escenografía podría darnos
muchas pistas.
Así mismo había que dilucidar si estos contenidos derivaban
de la ciencia ficción o de otros medios como las publicaciones sobre platillos
volantes ya que algunos autores creen que este material sería la «biblioteca»
de la que nutriría el inconsciente personal, el colectivo o la fuente externa. Pero
esto conllevaba otro enigma. No era lo mismo la incorporación de la información
por contaminación directa, por contacto con estas obras de ciencia ficción,
televisión, radio o revistas sobre OVNIs o si el contagio se producía por una
vía desconocida. No eran simples matices.
Y la conclusión a la que llegué es que, probablemente, la mayor parte de lo visualizado en estos encuentros es información distorsionada albergada con anterioridad en los propios observadores sin ningún aporte o influencia externa. Los conceptos extraídos del inconscientes se distorsionan por el proceso constructor de la escenografía que los incrusta en un extraordinario collage de características oníricas. Y uno de los datos más significativos que obtuve, es que la arquitectura psíquica (que no irreal) podía tomar casi cualquier tipo de contenido alojado en nuestra psique para conformar su estética, desde un mapa de una batalla de la Segunda Guerra Mundial (CASO HILL. 1961), una cocina de leña (CASO LOTTI. 1954) o las pirámides de Egipto (CASO MARIBEL. 1997). Por tanto, no solo los contenidos relacionados con los OVNIs, la ciencia ficción o la astronáutica influían en la elaboración de las experiencias. De ahí, la insolente inestabilidad de lo observado. De hecho, el estudio de la ciencia ficción (Méheust/Kottmeyer) demostraba que la imaginería humana ya había delineado muchos de los ingredientes vertidos por la casuística ufológica antes de que estos fueran desplegados por el fenómeno OVNI, pero sin embargo no quedaba claro que esto fuera lo que literalmente copiaban los ufonautas en sus apariciones, ya que, en la mayoría de las ocasiones los testigos no tenían acceso a esta información (visual o narrativa). Sin contacto directo no parecía que la ciencia ficción (libros, comics, cine, etc.) pudiera influir en los testigos (a no ser que admitamos la existencia de un medio desconocido de conocimiento; telepático, inconsciente colectivo, parapsíquico, etc.), pero sin duda esta demoledora «precognición» demostraba un aspecto más que interesante, la mente humana tenía la capacidad para esbozar la idea embrionaria de los visitantes extraterrestres de rayos de luz, escafandras y contactos en el desierto. Lo imaginal, nos gustase más o menos, cobraba vida en los encuentros con OVNIS.
Pero la influencia de los testigos en la composición
encubierta de los episodios OVNIS no solo abarcaba el espectro visual. A parte
de otorgar una estética personalizada a la manifestación, concluí que probablemente
los observadores incitaban parte del comportamiento de los ufonautas como si
fueran los personajes de un sueño. Entonces, ¿qué son los encuentros cercanos
con OVNIS?
La consecuencia más inmediata de este trasvase de información
(para la decodificación) es la proyección de una compleja escenografía, una
suerte de realidad virtual (que no imaginaria) encajada dentro de nuestra
realidad habitual. En ocasiones estas experiencias visionarias pueden albergar «materia»
y provocar diversos efectos cuantificables sobre el medio y los observadores
(aunque todos ellos con alta extrañeza). El procedimiento que ejecuta la
narrativa de esta arquitectura psíquica tiene una forma de proceder (guionizar)
muy similar al que experimentamos en estado onírico. Hay que recordar que
nuestra psique mientras duerme, entre otras cosas, consigue componer fantásticos y complejos escenarios, acciones
y diálogos dignos de una película de Hollywood. Pero todo se adereza con cierto
aire de surrealismo y desorden, sin una estructura temporal o argumental
coherente. De ahí, quizás, aunque sea un proceso distinto, la enorme carga de
absurdez de los encuentros con OVNIS, y las anomalías espacio temporales y
sensoriales que se señalan.
Y si esto es así, hay que eliminar de un plumazo todos las planteamientos que ven en este proceder absurdo un sistematizado teatro OVNI cuya función sería sumirnos en un desconcierto total. Tampoco se trataría de una soberbia manipulación psíquica (Keel) ni incluso, como apuntan los más optimistas, de un adiestramiento ultradimensional a modo de enseñanza zen ultraterrestre (Vallée).
Estoy convencido de que, tanto lo visual (el aspecto general
de lo observado) como lo informacional y lo conductual (las acciones y conversaciones
de los ufonautas) surge en cierta medida de la interacción del testigo con el
fenómeno, por tanto, nada de esto puede
ofrecernos pistas fiables sobre el origen y propósito de las manifestaciones
aunque si sobre el proceso constructor de la experiencias. Los seres y
entidades que aparecen son erigidos desde la nada, como objetos creados con un
«barro» psíquico, y su función, aunque distinta por ejemplo al de la nave de la
que descienden, tienen en el fondo la misma naturaleza que el resto de los
elementos que observamos.
Por tanto los ufonautas no son entidades independientes, ni
las inteligencias que están detrás de las visiones, son tan solo partes
interactivas con una función específica en este proceso interactivo. Y por muy
fascinantes y cautivadoras que nos parezcan las apariciones del fenómeno OVNI, estas
son un mero señuelo sensorial que no nos puede distraer ni llevar a elaborar
complejas hipótesis sobre manipulaciones o controles sociales o evolutivos. Pero podemos subir la apuesta...
¿Qué ocurría si, independientemente de la naturaleza de los objetos avistados por el piloto estadounidense la gigantesca repercusión mediática provocada por su relato hubiera accionado, sin pretenderlo, los mismos resortes psíquicos que en tiempos pasados originaron determinados fenómenos y encuentros con entidades desconocidas que dieron paso a las creencias sobrenaturales? ¿Y si todo lo ocurrido tras el incidente de Kenneth Arnold en 1947 fuese el caótico resultado de un potente efecto llamada que consiguió reactivar un fenómeno milenario de carácter psicodimensional? ¿Y si las numerosas publicaciones sobre platillos volantes incitaron la imaginación humana y fueron la chispa adecuada que conformaron y dieron cuerpo a un nuevo y renovado escenario para que estas manifestaciones se canalizaran en el siglo XX?
Hay que recordar que la idea de que fuéramos visitados por astronautas de otros mundos atrajo inmediatamente la atención, interés e imaginación de millones de personas en todo el mundo que lo vieron como una posibilidad más que real . Casi en una fascinante certeza científica envuelta en un misterio sobrecogedor. Y es que, por primera vez en la historia de la humanidad, la creencia en un paradigma anómalo (en este caso los ovnis), consiguió extenderse de manera exponencial, consiguiendo unas amplias ramificaciones que hace siglos hubiesen sido inconcebibles. Es como si los plazos de tiempo o «contagio» establecidos hasta la fecha para la evolución de un fenómeno relacionado con la posible existencia de unas manifestaciones de seres y entidades desconocidas (apariciones marianas, hadas, demonios, difuntos, etc.), hubieran sido acortadas de forma drástica y lo que durante decenios fueron manifestaciones englobadas en diferentes sociedades y culturas, casi de forma endémica, dieron un gran salto a nivel mundial auspiciadas por los medios de comunicación. Por tanto, ¿fue el célebre avistamiento de Kenneth Arnold un instigador silencioso, una autentica detonación atómica en el núcleo del cosmos mental colectivo que generó una onda expansiva que afectó a miles de potenciales testigos?, ¿consiguió la sincrónica creencia generalizada de millones de personas abrir una fisura en una dimensión cognitiva inexplorada y provocar miles de experiencias filtradas bajo un mismo prisma: lo extraterrestre ?, ¿o, por el contrario, este efecto relámpago hizo que personas de toda índole y condición pudieran sintonizar momentáneamente la señal emitida desde el universo de donde proceden estas manifestaciones?, ¿dio origen Kenneth Arnold al último gran folclore de la humanidad, que en síntesis era una prolongación de otros arcanos ancestrales? De hecho, analizándolo fríamente, los modernos encuentros con seres alienígenas, con toda su parafernalia cósmica absurda, y pese a su pretendida pátina tecnológica, no varía en demasía de los contenidos expuestos por los distintos folclores que hablaban de apariciones de seres y entidades desconocidas parapetadas tras fantasmagóricas nieblas y extraños fulgores. La mitad del siglo XX ofreció un caldo de cultivo irrepetible a nivel social, que hacía que una suma de factores auspiciados entre otras cosas por la potente imaginería humana, configuraran y dieran forma a un reciclado paradigma ancestral. En aquellas fechas se produjo una conjunción sin par, se fusionaba el mundo antiguo con el moderno, las supersticiones con la informática, y durante un determinado espacio de tiempo las creencias en la vida extraterrestre y su supuesta llegada a la Tierra emergieron con una fuerza inusitada instalándose en el inconsciente de mucha gente. La imaginación, la fascinación, las creencias y algunos estados de conciencia, probablemente sean los motores ocultos de muchos de estos fenómenos. Y no se podría descartar que un acontecimiento sin relación directa con la manifestación de esta realidad arrolladora para los sentidos (por ejemplo la discusión sobre unos misteriosos avistamientos lejanos), pero con la suficiente carga de profundidad en el reino de lo emocional pudiera activar determinados resortes psíquicos, provocando la manifestación de este paradigma.
Si una genuina nave alienígena, 100% de chapa y tuercas, aterrizara mañana mismo en mitad de los jardines de la Casa Blanca ante la atónita mirada del presidente de los Estados Unidos, este acontecimiento no podría resolver el maremágnum de crónicas de otros tiempos salpicadas con aderezo tecno-espacial que ha erigido la monumental casuística ovni. ¿Podría explicar el desembarco de unos viajeros extraterrestres procedentes de un planeta lejano en 2021 un incidente ovni ocurrido en 1974 en un pequeño pueblo de España, o en una apartada región italiana en 1954?, ¿resolvería un exiguo aterrizaje ovni certificado por las autoridades los miles de incidentes ufológicos registrados en todo el mundo?, ¿podría despejar nuestras interrogantes surgidas de los cientos de sucesos sin pies ni cabezas que componen lo que hemos denominado «ufología»? ¿o quién diablos le cocinó las tortas a Simonton en 1961? Me temo que no. Ni de lejos. A no ser que los alienígenas dieran una rueda de prensa de varios meses de duración explicando uno por uno estos incidentes.
Las experiencias OVNIs podrían ser simplemente ruido e interferencias provocados por nuestra mente al penetrar en una arrolladora y sugestiva realidad ampliada que siempre ha estado ahí. Una dimensión moldeable que a lo largo de la historia ha dado esporádicas señales de vida para demostrarnos que el universo no acaba en lo que percibimos, sino que probablemente nuestra psique es capaz de viajar más allá de lo que conocemos. A un lugar que quizás alberge respuestas sobre nuestra existencia y devenir… ¿Quién sabe?
JOSE ANTONIO CARAV@CA
Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.
ANEXOS:
LA ECUACIÓN TESTIGO/FENOMENO
Las verdaderas aportaciones de la TD para la comprensión del fenómeno OVNI se pueden revisar en el análisis de algunos de los incidentes contenidos en mis investigaciones y libros. Este es el genuino germen de la TD:
CASO LOTTI (ITALIA. 1954) Forma del OVNI, apariencia y comportamiento de los ufonautas.
CASO TRIPOLI (LIBIA. 1954) Forma del OVNI y apariencia del ufonauta.
CASO DINAN (FRANCIA. 1955). Apariencia del ufonauta.
CASO HILL (USA. 1961). Mapa Estelar. Vestimenta de los ufonautas.
CASO JOE SIMONTON (USA. 1961) Apariencia y comportamiento de los ufonautas.
CASO CISCO GROVE (USA. 1964) Apariencia y comportamiento de los ufonautas.
CASO NEW BERLÍN (USA. 1964) Comportamiento de los ufonautas.
CASO HAMPTON (USA. 1966) Forma del OVNI.
CASO TAD JONES (USA. 1967) Forma del OVNI.
CASO ISLA DE LA REUNIÓN (FRANCIA. 1968) Apariencia del ufonauta.
CASO TORIBIO PEREIRA (BRASIL. 1968). Vestimenta de los ufonautas.
CASO MATADEPERA (ESPAÑA. 1969) Forma del OVNI.
CASO AZNALCÓLLAR (ESPAÑA. 1971). Forma del OVNI y comportamiento de los ufonautas.
CASO DEMING. (USA. 1972) Apariencia del ufonauta.
CASO JOHNY SANDS (USA. 1973) Apariencia del ufonauta
CASO CORELL. (ESPAÑA. 1974) Apariencia del ufonauta.
CASO PAUL BROWN (USA. 1973) Vestimenta y comportamiento de los ufonautas.
CASO LYNDIA MORET (USA. 1973) Forma del OVNI.
CASO ISLA DE LA REUNIÓN (FRANCIA. 1973) Apariencia del ufonauta.
CASO KOFU (JAPON. 1975) Apariencia del ufonauta.
CASO JEAN DOLECKI (FRANCIA. 1976) Apariencia del ufonauta.
CASO MALTONI (ITALIA. 1976) Vestimenta de los ufonautas.
CASO CABINA VOLADORA (ESPAÑA. 1977) Forma del OVNI y vestimenta de los ufonautas.
CASO TORDESILLAS (ESPAÑA. 1977). Forma del OVNI.
CASO SANGONERA DE LA VERDE (ESPAÑA. 1979) Vestimenta del ufonauta.
CASO LAXTON (USA. 1966). Forma del OVNI, vestimenta y comportamiento de los ufonautas.
CASO JUAN GONZALES SANTOS (ESPAÑA. 1982). Forma del OVNI, vestimenta de los ufonautas y símbolos observados en el fuselaje del objeto.
CASO MARIBEL/PIRAMIDE (ESPAÑA. 1997) Forma del OVNI.
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