Luis Elizondo ha sabido proyectar ante la opinión pública y los medios de comunicación una imagen de autoridad que, en realidad, se sostiene sobre una base mucho más frágil de lo que suele creerse. Aunque estuvo vinculado al AATIP (The Advanced Aerospace Threat Identification Program), su cargo no fue oficial, carecía de formación específica, no estaba remunerado, no tenía personal a su cargo, ni contaba con financiación propia. Fue, más bien, una función que él mismo asumió por interés particular. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta circunstancia ha generado un efecto de validación engañosa: mucha gente ha llegado a pensar que fue el director de una "todopoderosa" oficina OVNI del Pentágono y que tenía acceso privilegiado a una enorme cantidad de información secreta, algo que no se correspondía para nada con la triste realidad.
AATIP, en el fondo, no fue más que una iniciativa impulsada
por un reducido grupo de personas convencidas de la realidad del fenómeno OVNI,
todas ellas integradas, de un modo u otro, en el organigrama del Departamento
de Defensa, el ámbito militar o los servicios de inteligencia.
De hecho, los responsables del famoso programa AAWSAP
(Advanced Aerospace Weapon Systems Applications Program), que sí disponía de
presupuesto y medios, nunca han reconocido a Elizondo un papel relevante más
allá de lo meramente testimonial, sin acceso significativo a bases de datos ni
a informes internos. Esto resulta especialmente evidente cuando se analizan sus
intervenciones públicas y se les da su verdadero contexto: cuando habla de
Roswell, por ejemplo, sus conocimientos no difieren demasiado de los de
cualquier aficionado mejor o peor informado. Sus desastrosos análisis de
supuestas fotografías de OVNIs lo dejan en evidencia por su falta de
experiencia técnica en este ámbito. Todo apunta a que su conocimiento en
materia fotográfica era muy limitado, que no tenía acceso a imágenes de calidad
y que, en algunos casos, ni siquiera supo distinguir si lo que tenía delante
era un simple truco o una imagen auténtica. Por todo ello, su vinculación con
el AATIP no le otorga ni el estatus ni la autoridad que a menudo se le atribuye
para hablar u opinar con la supuesta legitimidad que muchos le presuponen. Su
papel dentro del programa, limitado y no oficial no justifica que sus
declaraciones sean interpretadas como si procedieran de una fuente
institucional privilegiada o experto consolidado.
Algo parecido ocurre con sus opiniones sobre el incidente del
OVNI estrellado de Magenta (Italia, 1933), donde mezcla de forma intencionada
impresiones personales con supuesta información que pudo conocer durante su
etapa en el AATIP. Ahí reside, probablemente, el verdadero núcleo de la
confusión y el modus operandi de Elizondo: desdibujar deliberadamente la línea
que separa lo que realmente sabe de lo que cree o interpreta. Esa estudiada
ambigüedad, cuidadosamente medida, acaba proyectándose tanto en la prensa como
entre los aficionados, alimentando la sensación de que dispone de información
privilegiada cuando, en muchos casos, solo está trasladando opiniones
personales y conjeturas sin ninguna verificación. De hecho, una parte relevante
de sus declaraciones procede de conversaciones privadas y no oficiales con
personas que comparten su misma visión sobre los OVNIs, lo que refuerza la idea
de que estamos frente a un relato circular basado en afinidades ideológicas más
que en datos verificables.
Un mecanismo similar se repite en uno de sus compañeros
habituales de viaje. Christopher Mellon, otro vocero que siempre asegura que sabe más de lo que cuenta, menciona el supuesto accidente
OVNI de Kingman en 1953, un caso cuya veracidad es muy discutida entre los
propios investigadores. En ambos ejemplos, se apela al peso del cargo y al
entorno institucional para dar solidez a relatos que, en el fondo, siguen
siendo extremadamente controvertidos y basados en opiniones.
Desde su meteórica irrupción mediática en 2017, Luis Elizondo
ha fomentado y explotado la imagen de “garganta profunda”, situándose estratégicamente en el centro del debate ufológico a base de
grandes expectativas, promesas incumplidas y un discurso ambiguo repleto de
sugerentes silencios. Año tras año ha insinuado revelaciones trascendentales
que nunca terminan de materializarse, alimentando la esperanza de una
“divulgación inminente” que siempre parece estar a la vuelta de la esquina,
pero que nunca llega. Sus intervenciones públicas repiten una y otra vez los
mismos argumentos, apoyados más en la quimera de lo que sabe y calla, que en
información valida. Mientras tanto su capacidad real para aportar algo concreto
más allá de la especulación se ha mostrado claramente limitado, e incluso ha
protagonizado sonados errores. Lejos de dar ese paso definitivo que muchos
esperaban, su trayectoria ha quedado marcada por la inoperancia para
transformar las promesas en hechos, consolidando más una narrativa de
expectativas eternamente aplazadas que un avance real en el conocimiento del
fenómeno OVNI.
La pregunta que se desprende de todo este recorrido resulta inevitable: ¿estamos ante simples “oportunistas” que han sabido moverse con habilidad en un terreno fértil para la especulación, o ante peones bien situados dentro de una narrativa cuidadosamente construida y teledirigida por una mano en la sombra?
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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