Por algún motivo que no termino de entender una parte considerable de
denunciantes, políticos, divulgadores y “confidentes” del fenómeno OVNI que han
aparecido en los últimos 8 años repite, una y otra vez, el mismo mantra: “No
puedo contar más porque estaría violando acuerdos de confidencialidad
vinculados a la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Es la excusa perfecta, pero también, si lo pensamos dos
segundos, un argumento que se desploma como un castillo de naipes si lo
sometemos a escrutinio.
Imaginemos por un momento un titular compartido por miles de medios de
comunicación del mundo: “La humanidad no está sola: existen inteligencias no
humanas que nos visitan.”
Esta noticia es la mayor exclusiva de la historia, no se trata de un dato
militar, ni una divulgación de secretos. No es una lista de códigos de
lanzamiento nuclear. No es la ubicación de silos, ni una filtración de la
capacidad de defensa estratégica, ni procedimientos de seguridad de los Estados
Unidos. Es, simplemente, la confirmación de que compartimos el universo, quizá
incluso el planeta, con otra inteligencia.
Y ese anuncio, a lo sumo tambalearía egos, intereses, creencias y el
establishment dominante, pero de ninguna de las maneras la seguridad nacional
tal y como se nos vende desde hace unos años.
Pensar que semejante declaración sería un atentado contra
Estados Unidos es desproporcionado y, de paso, concede a ese país, no sé muy
bien por qué, el monopolio de controlar los tiempos del mayor descubrimiento de
la historia. En realidad, sería un hito científico, social y cultural. Un
Renacimiento 2.0.
Si mañana alguien apareciera ante las cámaras con pruebas sólidas e
irrefutables de la existencia de inteligencias no humanas o seres
extraterrestres, no necesitaría escoltas: necesitaría un equipo de asistentes
para gestionar entrevistas, ruedas de prensa, premios, invitaciones
internacionales y probablemente un asiento vitalicio en la ONU.
La comunidad científica se lanzaría de inmediato a estudiar el fenómeno. Las
universidades competirían por liderar proyectos de investigación. Y el público
convertiría las redes sociales en un hervidero durante meses.
Lejos de los escenarios apocalípticos que algunos imaginan, la reacción social
tampoco sería un estallido de locura colectiva. La sociedad de 2025 está más
que entrenada, o “vacunada”, contra todo tipo de anuncios impactantes: crisis
globales, pandemias, avances tecnológicos vertiginosos, guerras, escándalos y
una avalancha diaria de noticias sorprendentes. Además, lo más importante es
que esta revelación no partiría de cero. El fenómeno OVNI lleva décadas
instalado en el debate público, entre polémicas, testimonios,
desclasificaciones y titulares recurrentes. Para bien o para mal, el terreno ya
está allanado; la conmoción estaría ahí, sin duda, pero difícilmente derivaría
en un caos social.
Convine subrayar de nuevo que la revelación de la existencia de inteligencia no
humana no es un asunto exclusivo de Estados Unidos. No se trata de secretos
estratégicos de un país, sino de un hallazgo de importancia planetaria, que
afectaría a toda la humanidad. Tratar de encuadrarlo como un asunto de
“seguridad nacional estadounidense” no solo es ridículo, sino que minimiza la
magnitud de lo que sería el descubrimiento más trascendental de nuestra
historia.
No hay que mezclar conceptos.
Insisto, la confesión de la realidad OVNI no requiere, de
ninguna de las maneras, divulgar la ubicación de instalaciones secretas ni
exponer tecnología clasificada. Basta con decir: existe vida inteligente no
humana, y aquí está la evidencia. Punto. Entonces, ¿por qué tantos
“denunciantes” insisten en que no pueden hablar? Porque es una postura cómoda.
Porque confiere al testigo un status de poder. Porque crea expectativa sin
compromiso. Porque coloca al informante en un pedestal sin tener que ofrecer lo
único que realmente importa a estas alturas, una sola evidencia verificable.
Pero, sobre todo, porque evita enfrentar la pregunta esencial:
Si la información es tan monumental, ¿qué fuerza real podría tener un contrato
de confidencialidad frente al impacto histórico de compartirla? La respuesta es
obvia: ninguna.
Y eso nos lleva a cuestionarnos si realmente existe tal secreto.
Otra excusa habitual es el supuesto “temor por su integridad física”. Muchos
confidentes aseguran que no pueden hablar porque serían perseguidos o incluso
asesinados por fuerzas oscuras interesadas en mantener el secreto. Pero, si lo
pensamos con calma, la lógica va en sentido contrario: quien revelara una
noticia de tal magnitud se convertiría automáticamente en una figura histórica,
un héroe protegido por la atención mediática y la opinión pública. Y, en el
improbable caso de que algo le ocurriera, el efecto sería devastador para
quienes intentaran silenciarlo, ya que solo añadirían un nivel más de infamia
intolerable a sus actuaciones y confirmarían, ante millones de personas, que
están en contra de la verdad y que ellos son los responsables del ocultamiento.
¿Qué país no querría liderar la divulgación del hallazgo de
vida no humana en nuestro planeta?
La humanidad, puede lidiar perfectamente con la idea de no
estar sola. Lo que no puede, y no debería, seguir tolerando es que se escuden
en amenazas de seguridad nacional para evitar presentar pruebas. Confirmar la
existencia de inteligencia no humana abriría una era.
Y quien diera esa noticia no necesitaría protección: necesitaría un robusto
cuello para soportar una colección de medallas.
Además, de las declaraciones de los implicados se desprende que no se trata de
robar ninguna evidencia de una caja fuerte cerrada a cal y canto, ni de
transportar el cuerpo de un extraterrestre hasta una sala de prensa, sino que
estas personas dan a entender que ya poseen esos datos vitales, lo que hace que
la situación resulte aún más ilógica.
Y otro dato importante: nadie niega que el estamento militar pueda querer
mantener este asunto en secreto por sus propios intereses o por el temor a las
repercusiones que, según sus expertos, podría tener para la sociedad. Es
evidente que, en esta interpretación de los hechos, la existencia de
tecnologías avanzadas, sistemas de propulsión desconocidos o posibles
aplicaciones armamentísticas puede generar tensiones entre potencias y
alimentar los intereses de la industria de defensa, eso no se discute. Sin
embargo, lo que aquí se está debatiendo es algo completamente distinto: la
actuación por iniciativa propia de un persona o conjunto de personas, para
revelar públicamente la existencia de esta increíble realidad. Por lo que este
acto de divulgación no debe confundirse con las consecuencias geopolíticas ni
con los intereses particulares de agencias de inteligencia, contratistas del
Pentágono o el propio Departamento de Defensa. Esa distinción es fundamental
para comprender la naturaleza del argumento que estamos exponiendo.
Por tanto, la conclusión más sensata podría ser que no existe
una verdad absoluta, rígida y tan “cuadriculada” como a veces se nos pretende
hacer creer.
¿Y SI LA VERDAD ES OTRA?
Existe otra posibilidad que rara vez se aborda. Es muy posible que el fenómeno OVNI no sea tan “naif” como hemos pensado siempre. La ideas de que estamos enfrentados a naves espaciales de chapa y tornillos y astronautas de otros mundos quizás no sea la correcta. Aun siendo real y no humano, es muy probable que estas manifestaciones sean tan complejas, extrañas o difíciles de encajar en nuestras categorías actuales que resulte complicado presentarlas ante los medios sin caer en el absurdo o en la incomprensión. Ese escenario sí podría explicar el mutismo, la ausencia de pruebas claras o la sensación de que siempre falta una pieza del interminable puzle. También podría justificar que muchos de estos confidentes interpreten mal lo que han visto o vivido, construyendo narrativas equivocadas que mezclan experiencias reales con conclusiones precipitadas. En otras palabras: no es que “no puedan hablar”, sino que quizá no saben muy bien cómo contar algo que aún no entendemos del todo.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
Prohibido la reproducción total o parcial del material incluido en el presente blog sin previa autorización del autor. Propiedad de José Antonio Caravaca.

No hay comentarios:
Publicar un comentario