viernes, 12 de diciembre de 2025

¿DE VERDAD ALGUIEN CREE QUE REVELAR LA EXISTENCIA DE VIDA NO HUMANA ENTRE NOSOTROS PONDRÍA EN RIESGO LA SEGURIDAD NACIONAL DE LOS ESTADOS UNIDOS?

 





Por algún motivo que no termino de entender una parte considerable de denunciantes, políticos, divulgadores y “confidentes” del fenómeno OVNI que han aparecido en los últimos 8 años repite, una y otra vez, el mismo mantra: “No puedo contar más porque estaría violando acuerdos de confidencialidad vinculados a la seguridad nacional de Estados Unidos”.

Es la excusa perfecta, pero también, si lo pensamos dos segundos, un argumento que se desploma como un castillo de naipes si lo sometemos a escrutinio.
Imaginemos por un momento un titular compartido por miles de medios de comunicación del mundo: “La humanidad no está sola: existen inteligencias no humanas que nos visitan.”
Esta noticia es la mayor exclusiva de la historia, no se trata de un dato militar, ni una divulgación de secretos. No es una lista de códigos de lanzamiento nuclear. No es la ubicación de silos, ni una filtración de la capacidad de defensa estratégica, ni procedimientos de seguridad de los Estados Unidos. Es, simplemente, la confirmación de que compartimos el universo, quizá incluso el planeta, con otra inteligencia.
Y ese anuncio, a lo sumo tambalearía egos, intereses, creencias y el establishment dominante, pero de ninguna de las maneras la seguridad nacional tal y como se nos vende desde hace unos años.

Pensar que semejante declaración sería un atentado contra Estados Unidos es desproporcionado y, de paso, concede a ese país, no sé muy bien por qué, el monopolio de controlar los tiempos del mayor descubrimiento de la historia. En realidad, sería un hito científico, social y cultural. Un Renacimiento 2.0.
Si mañana alguien apareciera ante las cámaras con pruebas sólidas e irrefutables de la existencia de inteligencias no humanas o seres extraterrestres, no necesitaría escoltas: necesitaría un equipo de asistentes para gestionar entrevistas, ruedas de prensa, premios, invitaciones internacionales y probablemente un asiento vitalicio en la ONU.
La comunidad científica se lanzaría de inmediato a estudiar el fenómeno. Las universidades competirían por liderar proyectos de investigación. Y el público convertiría las redes sociales en un hervidero durante meses.
Lejos de los escenarios apocalípticos que algunos imaginan, la reacción social tampoco sería un estallido de locura colectiva. La sociedad de 2025 está más que entrenada, o “vacunada”, contra todo tipo de anuncios impactantes: crisis globales, pandemias, avances tecnológicos vertiginosos, guerras, escándalos y una avalancha diaria de noticias sorprendentes. Además, lo más importante es que esta revelación no partiría de cero. El fenómeno OVNI lleva décadas instalado en el debate público, entre polémicas, testimonios, desclasificaciones y titulares recurrentes. Para bien o para mal, el terreno ya está allanado; la conmoción estaría ahí, sin duda, pero difícilmente derivaría en un caos social.
Convine subrayar de nuevo que la revelación de la existencia de inteligencia no humana no es un asunto exclusivo de Estados Unidos. No se trata de secretos estratégicos de un país, sino de un hallazgo de importancia planetaria, que afectaría a toda la humanidad. Tratar de encuadrarlo como un asunto de “seguridad nacional estadounidense” no solo es ridículo, sino que minimiza la magnitud de lo que sería el descubrimiento más trascendental de nuestra historia.
No hay que mezclar conceptos.

Insisto, la confesión de la realidad OVNI no requiere, de ninguna de las maneras, divulgar la ubicación de instalaciones secretas ni exponer tecnología clasificada. Basta con decir: existe vida inteligente no humana, y aquí está la evidencia. Punto. Entonces, ¿por qué tantos “denunciantes” insisten en que no pueden hablar? Porque es una postura cómoda. Porque confiere al testigo un status de poder. Porque crea expectativa sin compromiso. Porque coloca al informante en un pedestal sin tener que ofrecer lo único que realmente importa a estas alturas, una sola evidencia verificable.
Pero, sobre todo, porque evita enfrentar la pregunta esencial:
Si la información es tan monumental, ¿qué fuerza real podría tener un contrato de confidencialidad frente al impacto histórico de compartirla? La respuesta es obvia: ninguna.
Y eso nos lleva a cuestionarnos si realmente existe tal secreto.
Otra excusa habitual es el supuesto “temor por su integridad física”. Muchos confidentes aseguran que no pueden hablar porque serían perseguidos o incluso asesinados por fuerzas oscuras interesadas en mantener el secreto. Pero, si lo pensamos con calma, la lógica va en sentido contrario: quien revelara una noticia de tal magnitud se convertiría automáticamente en una figura histórica, un héroe protegido por la atención mediática y la opinión pública. Y, en el improbable caso de que algo le ocurriera, el efecto sería devastador para quienes intentaran silenciarlo, ya que solo añadirían un nivel más de infamia intolerable a sus actuaciones y confirmarían, ante millones de personas, que están en contra de la verdad y que ellos son los responsables del ocultamiento.

¿Qué país no querría liderar la divulgación del hallazgo de vida no humana en nuestro planeta?

La humanidad, puede lidiar perfectamente con la idea de no estar sola. Lo que no puede, y no debería, seguir tolerando es que se escuden en amenazas de seguridad nacional para evitar presentar pruebas. Confirmar la existencia de inteligencia no humana abriría una era.
Y quien diera esa noticia no necesitaría protección: necesitaría un robusto cuello para soportar una colección de medallas.
Además, de las declaraciones de los implicados se desprende que no se trata de robar ninguna evidencia de una caja fuerte cerrada a cal y canto, ni de transportar el cuerpo de un extraterrestre hasta una sala de prensa, sino que estas personas dan a entender que ya poseen esos datos vitales, lo que hace que la situación resulte aún más ilógica.
Y otro dato importante: nadie niega que el estamento militar pueda querer mantener este asunto en secreto por sus propios intereses o por el temor a las repercusiones que, según sus expertos, podría tener para la sociedad. Es evidente que, en esta interpretación de los hechos, la existencia de tecnologías avanzadas, sistemas de propulsión desconocidos o posibles aplicaciones armamentísticas puede generar tensiones entre potencias y alimentar los intereses de la industria de defensa, eso no se discute. Sin embargo, lo que aquí se está debatiendo es algo completamente distinto: la actuación por iniciativa propia de un persona o conjunto de personas, para revelar públicamente la existencia de esta increíble realidad. Por lo que este acto de divulgación no debe confundirse con las consecuencias geopolíticas ni con los intereses particulares de agencias de inteligencia, contratistas del Pentágono o el propio Departamento de Defensa. Esa distinción es fundamental para comprender la naturaleza del argumento que estamos exponiendo.

Por tanto, la conclusión más sensata podría ser que no existe una verdad absoluta, rígida y tan “cuadriculada” como a veces se nos pretende hacer creer.

¿Y SI LA VERDAD ES OTRA?

Existe otra posibilidad que rara vez se aborda. Es muy posible que el fenómeno OVNI no sea tan “naif” como hemos pensado siempre. La ideas de que estamos enfrentados a naves espaciales de chapa y tornillos y astronautas de otros mundos quizás no sea la correcta. Aun siendo real y no humano, es muy probable que estas manifestaciones sean tan complejas, extrañas o difíciles de encajar en nuestras categorías actuales que resulte complicado presentarlas ante los medios sin caer en el absurdo o en la incomprensión. Ese escenario sí podría explicar el mutismo, la ausencia de pruebas claras o la sensación de que siempre falta una pieza del interminable puzle. También podría justificar que muchos de estos confidentes interpreten mal lo que han visto o vivido, construyendo narrativas equivocadas que mezclan experiencias reales con conclusiones precipitadas. En otras palabras: no es que “no puedan hablar”, sino que quizá no saben muy bien cómo contar algo que aún no entendemos del todo.



JOSE ANTONIO CARAV@CA


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