La historia del famoso y polémico AAWSAP (Advanced Aerospace Weapon System Applications Program) comienza no solo con un empresario visionario, sino también con una jugada política hábil. Fue gracias a su amigo y aliado, el senador Harry Reid —por entonces líder de la mayoría demócrata en el Senado— que Robert Bigelow logró abrir las puertas del Departamento de Defensa. Junto a otros contactos estratégicos, Reid facilitó el acceso a 22 millones de dólares del presupuesto militar, argumentando que el programa serviría para investigar amenazas aeroespaciales avanzadas. Sin embargo, los verdaderos objetivos estaban cubiertos por verdades a medias y silencios deliberados: se trataba, en realidad, de una operación personal de Bigelow para acercarse al núcleo más secreto del fenómeno OVNI.
EL "PLAN" DETRAS DEL PLAN
Bigelow no era un curioso cualquiera. Llevaba décadas fascinado por lo paranormal y obsesionado con lo que consideraba el mayor secreto de la humanidad: la existencia de tecnología y entidades no humanas entre nosotros. El contrato del AAWSAP, gestionado a través de su empresa Bigelow Aerospace Advanced Space Studies (BAASS), era su gran oportunidad. Pero el objetivo real iba mucho más allá de lo que ha confesado hasta la fecha. Tenía entre manos lo que consideraba un plan maestro.
Su estrategia tenía tres fases bien definidas:
1. Insertarse en la maquinaria del Departamento de Defensa a través de un programa oficial financiado con dinero público.
2. Ser reconocido como parte del supuesto “entramado del secreto”, el círculo restringido que —según creía— posee información privilegiada sobre el fenómeno OVNI.
3. Construir un laboratorio de alta seguridad donde pudiese recibir y estudiar material biológico y tecnológico de origen no humano, bajo el supuesto de que, una vez dentro, lo tratarían como un igual.
LA GRAN DECEPCIÓN
Bigelow estaba firmemente convencido de que, una vez dentro del “estado profundo”, como un engranaje más, le facilitarían el acceso a los secretos más celosamente guardados del gobierno estadounidense. Su expectativa no era simplemente recibir documentos o informes clasificados: él creía que acabaría recibiendo restos materiales de naves estrelladas y, posiblemente, incluso cuerpos de seres no humanos.
Pero la jugada acabó mal. Aunque el programa AAWSAP se aprobó y funcionó durante varios años, Bigelow jamás fue aceptado como parte del núcleo duro del secreto. Su proyecto, pese a la inversión millonaria, fue percibido como otro más dentro del espectro de programas experimentales, exóticos o irrelevantes que pululan en las agencias del Pentágono. A pesar de contar con el respaldo informal de algunos militares y funcionarios convencidos de la realidad de los UAPs (Fenómenos Aéreos No Identificados), nunca obtuvo acceso a materiales, evidencias o información clasificada de alto nivel, y mucho menos a restos tecnológicos o biológicos de procedencia no humana.
En el fondo, el entusiasmo casi mesiánico de Bigelow por el fenómeno OVNI, sumado a su historial público de creencias paranormales, muy probablemente lo convirtieron en una figura incómoda dentro del ecosistema militar. Su perfil era demasiado visible, demasiado comprometido, y despertaba recelos entre quienes preferían seguir en el anonimato. Además, cuando llegó el momento de renovar su contrato, empezaron a surgir alertas internas en el Departamento de Defensa sobre el verdadero destino de los fondos asignados, lo que alimentó sospechas de que el proyecto podía estar más orientado a fines personales o especulativos que a objetivos estratégicos reales.
UN FAROL AL DESCUBIERTO
Lo que Bigelow planteó como una “jugada maestra” para acceder al fortín de los secretos OVNIs acabó de la peor manera. Su compañeros de juego advirtieron que iba de farol. Se le permitió asomar la cabeza, pero nunca se le dejó ver las verdaderas cartas ni participar en ninguna partida importante. Su laboratorio jamás recibió materiales de otro mundo. Su nombre no se asoció con proyectos negros, ni con los supuestos programas de recuperación de tecnología no humana.
Al final, su incursión en el entramado del secreto quedó en nada. El AAWSAP fue cerrado discretamente. Otros programas, como AATIP y más tarde UAPTF o AARO, recogieron el testigo de forma mucho más controlada y opaca. Y Bigelow, pese a su fortuna y conexiones, quedó como una nota a pie de página en la historia moderna del encubrimiento OVNI.
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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