Durante décadas, el llamado Informe Condon ha sido considerado la evaluación científica definitiva sobre los objetos voladores no identificados (OVNIs). Y sus conclusiones negativas tomadas como palabra de ley.
Y aunque durante un tiempo se pensó que su escepticismo ante
la realidad “extraterrestre” del fenómeno era legitima, pronto se descubrieron
demasiadas lagunas en su investigación. Pero vayamos por el principio:
En plena efervescencia del fenómeno OVNI en Estados Unidos, y
con la presión pública creciendo ante acusaciones de falta de transparencia, la
Fuerza Aérea encargó a la Universidad de Colorado un estudio riguroso para
investigar los reportes y, en teoría, cerrar el debate de forma concluyente.
Dirigido por el físico Edward U. Condon y publicado en 1969,
el informe concluyó que el fenómeno OVNI “no justificaba una investigación
científica adicional”, lo que desembocó en el cierre del Proyecto Blue Book, el
último programa oficial de estudio de OVNIs por parte del gobierno
estadounidense. Sin embargo, el informe fue objeto de duras críticas, tanto por
su contenido como por las irregularidades en su desarrollo. Según el testimonio
en primera persona del científico G. David Thayer, quien participó activamente
en el proyecto, el estudio estuvo plagado de malentendidos, sesgos, decisiones
unilaterales y una profunda desconfianza entre sus protagonistas.
Thayer se unió al proyecto en el verano de 1968, después de
que el informe contratado al Stanford Research Institute resultara inútil para
los objetivos del equipo: “el borrador preliminar… no contenía ningún análisis
de casos reales de OVNIs, por la muy buena razón de que el contrato no lo
exigía”. Fue entonces cuando Edward Condon, director del proyecto, pidió ayuda
externa para resolver la situación. En una anécdota reveladora, Thayer recuerda
haber aceptado el trabajo diciendo: “la notoriedad es mejor que el anonimato”,
aunque luego aclararía que usó “notoriedad” en el sentido negativo. Su trabajo,
junto con su asistente Burgette “Scotty” Hart, consistía en analizar los
mejores casos radar-visuales del archivo para determinar si podían explicarse
por efectos de propagación anómalos.
La figura de Edward Condon emerge del relato como alguien
carismático pero profundamente parcial: “Condon me pareció un individuo
flemático… parecía alguien que no quería que nadie supiera quién era
realmente”. Aunque Condon le encargó revisar los casos más creíbles, Thayer
sospechaba que su estrategia era usar los mejores casos para desacreditar todo
el fenómeno: “Creo que él sentía que todos los casos OVNI eran ‘ridículos’, y
por lo tanto la mejor manera de desacreditarlos era concentrarse en los mejores”.
Una muestra del escepticismo de Condon quedó en evidencia durante una reunión
del equipo cuando, al escuchar sobre el caso Lakenheath, respondió: “Creo que
deberíamos publicarlo como un ejemplo de la basura que recibimos de la gente”.
Más tarde, el archivo oficial del caso demostraría que la carta inicial de
denuncia estaba bien fundada.
El enfrentamiento entre Condon y el físico James E. McDonald
fue uno de los episodios más amargos del proyecto. McDonald, un defensor
abierto de la hipótesis extraterrestre, era una presencia constante y
conflictiva recuerda el autor. “Mi experiencia fue que el nombre de McDonald no
podía ser mencionado en presencia de Condon sin alterarlo”. Años después,
Condon diría a Thayer por teléfono que había “quemado los malditos archivos”
del proyecto. Sin embargo, Thayer más tarde descubriría que los documentos estaban
a salvo en la Sociedad Filosófica Americana en Filadelfia. El conflicto alcanzó
niveles casi personales. Cuando Thayer intentó escribir un artículo para el
AIAA Journal sobre el caso Lakenheath, McDonald se negó inicialmente a
ayudarlo, diciendo que había estado “subimpresionado” por su trabajo.
Finalmente, McDonald accedió a enviarle los archivos, explicando que Condon le
había bloqueado el acceso a los documentos poco antes de retirarlos él mismo de
la biblioteca.
Thayer relata varios momentos desconcertantes durante la
investigación del proyecto. Uno de ellos fue la decisión de Condon de cambiar
sistemáticamente “a UFO” por “an UFO” en los textos, justificándolo con el
argumento de que debía pronunciarse “oofo” porque “rima con ‘goofy’”. En otro
caso, al escribir sobre Lakenheath, descubrió que todos los nombres geográficos
habían sido reemplazados por letras: “para evitar que los locos usaran los
casos del Proyecto para sus propios análisis”, supuestamente dijo Condon.
Pese a las numerosas controversias, Thayer concluye que la
mayoría del equipo científico trabajó con honestidad e integridad: “Todos
ellos, con las dos excepciones de Condon y Bob Lowe… hicieron su mayor esfuerzo
por realizar una evaluación justa y objetiva de los datos”.
Thayer opina que el informe final, más allá de las secciones
escritas por Condon, sí constituye un estudio científico serio. Aunque critica
con dureza la introducción y conclusiones del propio director: “son o
trivialidades o tonterías… tan poco relacionadas con el contenido del informe
que el lector haría bien en saltárselas por completo”. Y sobre el debate
general de los OVNIs, el autor es realista: “Ni resultados positivos ni
negativos fueron obtenidos… resolver el problema de los OVNIs con un contrato
de medio millón de dólares es como echar un balde de agua al océano y tratar de
medir el aumento del nivel del mar”.
EPÍLOGO TRÁGICO
El suicidio de McDonald en 1971 puso un punto final trágico a
uno de los episodios más intensos de la investigación OVNI. Condon también
falleció pocos años después. El informe no resolvió nada, pero sigue suscitando
mucha polémica.
Fuente: “Inside the Colorado UFO Project” por G. David
Thayer.
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