Que las palabras "aéreo" y "objeto" hayan desaparecido de la nueva nomenclatura oficial para definir al fenómeno OVNI es toda una declaración de intenciones de por dónde van a ir los tiros en el futuro. A nadie se le escapa que "fenómenos anómalos no identificados" es un término tan amplio y ambiguo, que es muy probable que al final se diluya sin llegar a ninguna parte.
Y es que desde 2017, la interpretación que el Departamento de
Defensa estadounidense quiere trasladar de los avistamientos de extrañas
"cosas" en el cielo, entra de lleno en el terreno de los intereses
militares, geopolíticos y de inteligencia. No es casualidad que en medio de la vorágine
suscitada por la nueva narrativa OVNI se hayan introducido conceptos como
globos espías, drones o aviones no tripulados, ya que precisamente ese es el
caladero que interesa sobremanera al Pentágono. Las autoridades no están
preocupadas especialmente por las observaciones de alta extrañeza más que para citarlas
de forma tangencial para asegurarse una gran repercusión en los medios de
comunicación de sus discursos. Pero en el fondo lo que están buscando, o mejor
dicho propiciando, es que la ciudadanía levante la mirada al cielo en busca de
potenciales enemigos. La amenaza para la seguridad nacional no lo representan
los OVNIS de antaño sino la incipiente y apabullante tecnología aeronáutica que
ha engendrado en los últimos años toda una suerte de armatostes futuristas que
pueden confundir al más versado en estas materias. Esos objetos manufacturados
en la Tierra ocupan y preocupan mucho a las autoridades.
Pero había un problema. El terrible estigma que el gobierno
estadounidense había forjado en torno a los OVNIS desde mediados del siglo
pasado, impedía que en la actualidad sus tropas informaran del avistamiento de
aeronaves poco convencionales por temor a ser ridiculizados. Habían caído en su
propia trampa, y potenciales "enemigos" volaban plácidamente cerca de
instalaciones militares, zonas de pruebas altamente secretas y recintos
nucleares a sabiendas que esto no trascendía por ningún canal oficial.
Por tanto, era obvio que había que cambiar de estrategia, y
eso, por cauces burocráticos o formativos podría acarrear años de arduo trabajo
y esfuerzo. Sin embargo había un camino más cómodo y rápido. Crear una nueva y
sugestiva narrativa UAP basada en la seguridad nacional y en un puñado de
presuntos incidentes de difícil explicación. La prensa, la opinión pública y
los investigadores entrarían al trapo sin preguntar y se encargarían de situar el asunto en lo más alto del escalafón mediático.
El trabajo de remodelación estaba hecho en un tiempo récord. Ahora nadie se reiría
de los pilotos por informar del avistamiento de una extraña luz o una pequeña
aeronave no identificada. Los votantes y los propios congresistas eran
conscientes que insolentes aeronaves sin dueños volaban sobre sus cabezas y que
hacía falta inversiones para descubrir al culpable de esta osadía. Y todo con
la zanahoria delante de la incógnita extraterrestre… de lo contrario, el asunto
se convertía en un simple y vulgar trámite para solicitar fondos que apenas
atraería la atención de nadie…
Y esto ni más ni menos es el resultado más evidente de todo el
revuelo generado desde 2017. Los protocolos se han actualizado, y la
información fluye por los canales adecuados. Nada escapa del control de las
autoridades. Millones de vigilantes anónimos velan por la seguridad en los
cielos de Estados Unidos, y el congreso está abierto a abrir la caja de
caudales para mejorar sus sistemas de vigilancia y respuestas para los invasores
aéreos…
Pero toda acción atrevida como la presente tiene sus consabidos
riesgos. Y se está jugando con fuego. No en vano existen abundantes sospechas
que el gobierno norteamericano guarda secretos sobre los genuinos OVNIS desde
hace mucho tiempo. No sabemos cuántos ni de qué cuantía, pero si agitas mucho
el avispero corres el riesgo de que te piquen… Veremos en que acaba está “loca”
historia de los UAPS…
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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